Las historias de los afganos recién
liberados de Guantánamo: Fallos de inteligencia, mitos del campo de batalla y
prisiones irresponsables en Afganistán (Primera parte)
22 de diciembre de 2007
Andy Worthington
En el primero de dos artículos, Andy Worthington, autor de The Guantánamo Files: The Stories of the 774
Detainees in America's Illegal Prison, examina el sistema de
prisiones irresponsables gestionadas por el ejército estadounidense en
Afganistán, disecciona algunos mitos y mentiras sobre los detenidos liberados y
cuenta las historias de tres de los afganos que acaban de ser liberados de
Guantánamo. Ambos artículos se publicaron en CounterPunch como un único
artículo.
Durante la pasada semana, mientras la atención de los medios se centraba en
la liberación en Guantánamo de dos trabajadores de ayuda humanitaria sudaneses,
los 13 afganos que al mismo tiempo habían volado a Kabul apenas merecieron
mención alguna. Las razones de este descuido son claras: en primer lugar, porque
uno de los ex detenidos sudaneses, Adel Hamad, administrador de un hospital, se
había convertido en algo parecido a una celebridad después de que sus
emprendedores abogados publicaran un vídeo sobre su caso en YouTube, que provocó
que un grupo de defensores estableciera una página en Interned dedicada a su
causa; y, en segundo lugar, porque Hamad y su compatriota, Salim Adem, fueron
liberados a su regreso y varios informadores pudieron reunirse con ellos.
En cambio, ninguno de los afganos pudo disfrutar de tales lujos. Se conocen
muy pocas historias sobre ellos y, al llegar a Afganistán, fueron rápidamente
encarcelados en una de las alas de Pol-i-Charki, la prisión principal de Kabul,
que ha sido reequipada de nuevo por las autoridades estadounidenses. El olvido
es inquietante porque la mayoría de las historias de los afganos demuestran una
colosal ineptitud por parte del ejército y las Fuerzas Especiales
estadounidenses en Afganistán, equivalente al menos a los fallos de inteligencia
que llevaron a la captura de Adel Hamad y Salim Adem. Además, el encarcelamiento
de esos hombres en un ala de la prisión reequipada por las autoridades
estadounidenses plantea cuestiones incómodas sobre el papel del ejército
estadounidense en Afganistán, seis años después de la invasión del país en
octubre de 2001.
Prisión de Pol-i-Charki
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Inexplicables prisiones estadounidenses en Afganistán
A pesar del nombramiento oficial de Hamid Karzai como Presidente del
Afganistán post-talibán (y el primer dirigente democráticamente elegido en el
país) el 7 de diciembre de 2004, el ejército estadounidense ha continuado
actuando como potencia ocupante, reteniendo a cientos de prisioneros en la base
aérea de Bagram (anteriormente utilizada para despachar a los detenidos hacia
Guantánamo), incluyendo tanto a afganos como extranjeros, más una cifra
desconocida de prisioneros en una serie de prisiones secretas y bases operativas
adelantadas. Aislados de cualquier escrutinio exterior (excepto de los
representantes de la Cruz Roja Internacional), esos prisioneros ni siquiera
tienen la limitada representación legal de que disponen los detenidos en
Guantánamo.
En marzo de 2005, cuando los periodistas Adrian Levy y Cathy Scott-Clark
visitaron Afganistán, se encontraron con el Dr. Rafiullah Bidar, director
regional de la Comisión Independiente Afgana por los Derechos Humanos, que
acababa de formarse con financiación del Congreso estadounidense “para
investigar los abusos cometidos por los señores de la guerra locales y asegurar
que los derechos de las mujeres y los niños estuvieran protegidos”.
Irónicamente, Bidar dijo a los informadores que a lo que habían tenido que
dedicarse en esos momentos era a registrar las quejas contra el ejército
estadounidense. “Se han dedicado a detener y acosar a miles de personas”, dijo.
“Los que han sido liberados dicen que fueron retenidos junto a detenidos
extranjeros que fueron traídos a este país para ser procesados. Ninguno está
acusado. Ninguno está identificado. No se ha permitido que ningún observador
internacional entre en las cárceles estadounidenses. Los arrestados declararon
que habían sido tratados de forma brutal con tácticas casi imposibles de creer”.
Hablando bajo anonimato, un ministro del gobierno se quejó también: “Washington
presenta al mundo a Afganistán como una democracia naciente pero el ejército
estadounidense no nos deja, deliberadamente, levantar cabeza, utilizando nuestro
país para mantener un sistema carcelario que es ejercido arbitraria e
indiscriminadamente y sin posibilidad alguna de control”.
Casi tres años después, esta situación no ha cambiado. Los abogados de la
International Justice Network, con sede en EEUU, han cursado una demanda
de habeas corpus potencialmente rompedora en nombre de un detenido en
Bagram, pero el sistema por entero –al igual que en Iraq, donde al menos se
mantienen 15.000 prisioneros sin acusación ni juicio- permanece impenetrable al
control exterior.
Sin embargo, hasta abril de 2007, los detenidos liberados de Guantánamo -152
de los 220 encarcelados desde que se abrió la prisión en enero de 2002-
esquivaron este inexplicable sistema de prisiones y fueron liberados a su vuelta
a Afganistán, pero eso cambió con el reequipamiento de Pol-i-Charki con fondos
estadounidenses, y ya no está claro si los 32 detenidos devueltos desde abril de
2007 han cambiado sencillamente Guantánamo por una forma aún más incontrolable
de detención indefinida sin posibilidad de acusación ni juicio.
Mitos y mentiras: Detenidos que volvían al campo de batalla
Es probable que la excusa para encarcelar a los afganos que han vuelto en los
últimos ocho meses sea la proclama, a menudo repetida por el ejército
estadounidense, de que docenas de detenidos liberados habían vuelto al campo de
batalla. Si así fuera, esto sería una falsedad extremada. No sólo las cifras son
controvertidas, con sólo seis comprobados por quienes han estudiado las
historias con algún detalle, sino que la administración estadounidense se ha
negado también a reconocer la espantosa verdad sobre la responsabilidad de su
pasada actuación al liberar a esos hombres.
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Los talibanes liberados de Guantánamo incluyen a Abdullah Mehsud, un
comandante talibán pakistaní, liberado en marzo de 2004, que se mató con una
granada de mano al ser acorralado por fuerzas de seguridad en Pakistán en julio
de 2007. Mehsud adquirió mayor notabilidad en octubre de 2004, después de que
sus hombres raptaran a dos ingenieros chinos que trabajaban en un proyecto de
una presa en Waziristan, cuando explicó que, en la época de su captura en
noviembre de 2001, llevaba una tarjeta afgana de identidad falsa y que había
conseguido mantener todo el tiempo que estuvo detenido que era un inocente
miembro de una tribu afgana.
Otro fue Mullah Shahzada, liberado en mayo de 2003, que dio un nombre falso a
los estadounidenses y proclamó que era un inocente comerciante de alfombras. “Se
agarró a esa historia y estuvo bastante calmado durante todo el tiempo”, dijo al
New York Times un oficial de inteligencia del ejército. “Mantuvo durante
todo el período de tiempo que no era sino un inocente comerciante de alfombras
que había sido secuestrado”. Después de su liberación, Shahzada se hizo con el
control de las operaciones talibanes en el sur de Afganistán, reclutando
combatientes al “contar historias horrendas sobre los malos tratos en las jaulas
de Guantánamo”, y planeó una fuga en Kandahar en octubre de 2003, en la que
sobornó a los guardias para que permitieran que 41 combatientes talibanes
escaparan a través de un túnel. Su notoriedad post-Guantánamo terminó en mayo de
2004, al morir en una emboscada de las Fuerzas Especiales estadounidenses.
Mientras los comentaristas de derechas se aprovechaban de la liberación de
Mehsud y Shahzada como prueba de que no debería liberarse a nadie de Guantánamo,
Gul Agha Sherza, el gobernador post-talibán de Kandahar, ofreció una
interpretación muy distinta, indicando que nunca habrían sido liberados si a los
oficiales afganos se les hubiera permitido investigar en Guantánamo. “Conocemos
todas las caras talibanes”, dijo, añadiendo que se habían rechazado todas las
repetidas peticiones para acceder a los prisioneros afganos. La opinión de
Sherzai fue reforzada por oficiales de seguridad del gobierno de Karzai,
quienes, off the record, culparon a EEUU por la vuelta de los comandantes
talibanes al campo de batalla, explicando que “ni los oficiales del ejército
estadounidense, ni la policía de Kabul, que procesa brevemente a los detenidos
cuando se les envía a casa, les consulta sobre los detenidos que liberan”.
De los 13 afganos liberados de Guantánamo la pasada semana, nueve han sido
identificados. El resto, como las docenas de liberados en los últimos 18 meses,
no tenían abogados (a los que avisar cuando sus clientes son liberados) y como
consecuencia se desconocen hasta sus identidades. El Pentágono nunca revela los
nombres de los detenidos que libera, y sin representantes de los medios de
comunicación sobre el terreno en Kabul, al igual que ocurrió con las primeras
tandas de detenidos liberados en 2002 y 2003, esos hombres permanecen tan
perdidos para el mundo como lo estaban en Guantánamo.
¿Recluta talibán o comandante talibán?
El primero de los nueve capturados, Abdul Rauf Aliza, sigue siendo un enigma
hasta este mismo momento. Detenido en noviembre de 2001 durante la caída de
Kunduz, el último baluarte en el norte de Afganistán, fue retenido junto a miles
de hombres en una mugrienta y atestada prisión de Sheberghan, controlada por el
General Rashid Dostum, uno de los líderes de la Alianza del Norte contra los
talibanes, siendo transferido después a la prisión estadounidense en la base
aérea de Kandahar con otros nueve prisioneros afganos.
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Uno de los nueve, Jan Mohammad, un panadero de la provincia de Helmand que
había sido reclutado a la fuerza por los talibanes, fue uno de los primeros
detenidos en ser liberado de Guantánamo en octubre de 2002. Después de ser
liberado, explicó que la decisión de transferirle a Kandahar se produjo cuando
algunos de los hombres de Dostum “dijeron a los soldados estadounidenses que él
y otros nueve eran antiguos oficiales talibanes”. “Vinieron y cogieron a diez
personas de aspecto fuerte”, dijo al periodista David Rohde. “Sólo uno de esos
diez hombres era talibán”.
Es probable que el único miembro talibán transferido a Kandahar con Jan
Mohammed fuera Abdul Rauf Aliza, que fue identificado por las autoridades
estadounidenses como Mullah Abdul Rauf, un comandante talibán. Aunque Aliza
defendió que había sido reclutado por el talibán, que le dijo que le quitarían
su tierra si no lo hacía así e insistió en que sólo trabajó para ellos como
cocinero, varios afganos liberados explicaron al periodista Ashwin Raman que
Mullah Abdul Rauf, detenido en Guantánamo, era uno de los tres comandantes
talibanes del norte de Afganistán. Dijeron a Raman que no había sido tan cauto
con su identidad durante el tiempo que estuvo detenido en el Campo X-Ray, cuando
“repetidamente suplicó a los estadounidenses que dejaran libres a muchos de los
detenidos”, diciendo: “Esos no son talibanes, yo sí soy un talibán
auténtico”.
Aunque esto sugiere que Abdul Rauf Aliza y Mullah Abdul Rauf eran la misma
persona, es posible que el comandante talibán escondiera su auténtica identidad
tras un nombre falso, como fue el caso de Abdullah Mehsud y Mullah Shahzada.
Según los archivos del Pentágono, Aliza tenía sólo 20 años cuando fue capturado,
por lo que sería demasiado joven para ser comandante de tropa, pero puede ser
que la verdad, como ocurre con la mayoría de las historias de Guantánamo, no se
descubra nunca.
“El número tres en la inteligencia talibán”
Dos de los otros detenidos liberados fueron capturados en diciembre de 2001.
Gholam Ruhani, de 26 años, fue detenido con Abdul-Hag Wasiq, el viceministro de
inteligencia talibán, y uno de los pocos antiguos dirigentes talibanes
capturados por los estadounidenses, en una operación potencialmente peligrosa de
las Fuerzas Especiales en Ghazni, al sur de Kabul. En aquel tiempo, Ghazni era
un bastión talibán, pero cuando las Fuerzas Especiales recibieron un chivatazo
de que un señor de la guerra local había arreglado un encuentro con Qari
Amadullah, ministro talibán de inteligencia, sugiriendo que durante el mismo
Amadullah podía proporcionar información que podría llevar a la captura de Osama
bin Laden, su comandante, Gary Berntsen, aprobó la misión.
Al final, Amadullah no reveló nada y, desde luego, no tenía intención alguna
de hacerlo. Oculto y a salvo en Pakistán, tras escapar de Afganistán, habló con
un periodista a finales de diciembre, interrumpiendo la entrevista para
contestar a una llamada telefónica, y declarando después: “El Mullah Omar
y el Sheij Osama me piden personalmente que vaya a Uruzgan y tome el
mando de los nuevos preparativos de la guerra de guerrillas, que empezará tan
pronto como sea posible, y Vd. verá la noticia en los periódicos y en la BBC”.
Como es lógico, al haber dado, de hecho, su itinerario a las fuerzas
estadounidenses como consecuencia de esa conversación telefónica, murió días
después en un ataque aéreo estadounidense. Sin embargo, en la misma entrevista,
habló también sobre Abdul-Hag Wasiq. Dijo que el Mullah Omar, quien,
según afirmó, estaba viviendo en un lugar seguro en las montañas del norte de
Kandahar, le había pedido que le visitara, pero que no había podido hacerlo así,
“porque mucha gente me conoce, y me aterra que me capturen en algún lugar de la
carretera. Por eso envié a Kandahar a mi ayudante el Mullah Abdul-Haq
Wasiq. Desafortunadamente, fue capturado por agentes estadounidenses en
Ghazni”.
Esto sugiere que Wasiq o llevó a cabo sus propias negociaciones con los
estadounidenses en Ghazni, o fue invitado y después traicionado por el señor de
la guerra local, porque fue arrestado tras el encuentro, junto con Gholam
Ruhani, por los operativos de las Fuerzas Especiales, que declararon que eran
“el número dos y tres de la inteligencia talibán”.
En Guantánamo, Wasiq, que está aún encarcelado, ha sido esquivo sobre su
papel en esa historia, afirmando que fue forzado a unirse a los talibanes, y que
algunas veces actuó como viceministro de inteligencia, pero sólo para combatir
el “robo y el soborno”. Eso no convenció a su tribunal, que le recibió con estas
palabras: “Buenas tardes, Sr. Ministro. Rara vez hemos tenido antes a alguien de
tanto prestigio y responsabilidad”. Sin embargo, Ruhani se mantuvo firme en que
él no era el “número tres de la inteligencia talibán”. Dijo que era un recluta
talibán, que cumplió con sus deberes en un puesto clerical para evitar ser
enviado a la línea del frente, y explicó que se le había pedido que asistiera al
encuentro entre el talibán y los estadounidenses porque había aprendido algo de
inglés mientras estudiaba manuales de electrónica en un almacén que regentaba su
anciano padre. “Entregué mi pistola y munición a los estadounidenses, como un
acto de confianza, porque era un encuentro amistoso”, dijo. “Confiaba en salir
de la reunión y regresar a mi vida, a mi tienda y a mi familia. En vez de eso,
fui arrestado”.
El soldado de a pie
El segundo hombre, Omar al-Kunduzi, de 22 años, fue uno de los alrededor de
250 detenidos capturados por las fuerzas pakistaníes tras cruzar la frontera de
Afganistán a Pakistán en diciembre de 2001. Nacido en Afganistán, había estado
viviendo desde la invasión soviética en Arabia Saudí, donde llegó cuando tenía
tan sólo un año de edad, pero volvió a Afganistán en septiembre de 2001. Dijo a
su abogado que quería luchar en Chechenia (como hicieron otros diversos
detenidos de los países del Golfo) y añadió que los representantes chechenos le
habían aconsejado que se entrenara militarmente en Afganistán. Explicó que se
había entrenado en el campo al-Faruq (un campo para árabes, establecido por el
señor de la guerra afgano Abdul Rasul Sayyaf, pero asociado con al-Qaeda en los
años anteriores al 11/S), pero que sintió asco, por motivos religiosos, de los
hechos de los talibanes y al-Qaeda, insistiendo en que ambos grupos eran
responsables de la muerte de musulmanes y eso, en su opinión, era un error.
Esta, también, fue la explicación proferida por numerosos detenidos.
En su tribunal en Guantánamo, dijo que estaba en una casa en la ciudad
oriental de Jalalabad cuando la ciudad cayó en noviembre de 2001, explicando que
todos los que estaban en la casa se metieron en un camión y condujeron hasta las
montañas de Tora Bora, donde permanecieron en una cueva durante un mes. No hizo
mención alguna de Osama bin Laden, Ayman al-Zawahiri o cualquier otro personaje
de al-Qaeda o los talibanes, que también estaban en Tora Bora en aquella época,
y que todos habían escapado a salvo hasta Pakistán. En lugar de eso, al-Kunduzi
explicó que salió para Pakistán con un grupo de árabes, pakistaníes y otros
afganos y fue arrestado en la frontera, lo que le sorprendió. “No esperaba que
me entregaran a los estadounidenses”, dijo, “creí que me tratarían como a un
afgano”.
Los otros seis hombres liberados de Guantánamo la pasada semana y enviados a
la prisión de Pol-i-Charki en Kabul estaban entre los cien o más detenidos –casi
todos afganos- que fueron capturados entre diciembre de 2002 y agosto de 2003
cuando, con excepción de 29 detenidos, en su mayoría de “gran valor”,
transferidos a Guantánamo en septiembre de 2004, septiembre de 2006 y a lo largo
de todo 2007, fueron los últimos en ser procesados de los prisioneros de
Guantánamo. Aunque muchos más afganos capturados durante ese período fueron
liberados sin ser enviados a Guantánamo, y otros continúan detenidos en
Afganistán, los que fueron enviados a Cuba eran en su mayoría hombres inocentes.
Alrededor del 60% -incluyendo al menos 17 hombres que trabajaban para el
gobierno Karzai- fueron traicionados por rivales oportunistas, que eran todos
ellos demasiado conscientes de que los estadounidenses eran a la vez crédulos y
perezosos y no harían intento alguno por investigar las historias de los
hombres, y el otro 30% eran transeúntes detenidos arbitrariamente tras algunos
ataques contra las fuerzas estadounidenses.
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Nota:
Los números de los presos (y las variaciones en
la ortografía de sus nombres) son los siguientes:
ISN 108: Abdul Rauf Aliza
ISN 3: Gholam Ruhani
ISN 222: Omar al-Kunduzi (Umar)
También mencionado:
ISN 4: Abdul-Haq Waziq
ISN 107: Jan Mohammed (Barakzai)
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